¿Qué hay al otro lado?

Un médico visitaba a un paciente terminal y dejó a su perro fuera, esperando a la puerta. Al despedirse, ya con la mano en el pomo de la puerta, el enfermo le preguntó:

- Doctor, dígame qué hay al otro lado de la muerte.
El médico respondió: - No lo sé.
El enfermo insistió:
- ¿Cómo es posible que usted, un hombre cristiano, creyente, no sepa lo que hay al otro lado?
En ese momento se oían gruñidos y arañazos del otro lado de la puerta. El doctor la abrió, y su perro entró moviendo la cola, haciendo fiestas y saltando hacia él.
El doctor le dijo al enfermo:
- Fíjese Vd. en mi perro. Él nunca había entrado en esta casa. No sabía nada de lo que se iba a encontrar al entrar en esta habitación. Sólo sabía que su amo estaba aquí dentro. Y por eso, al abrirse la puerta, entró sin temor a mi encuentro. Pues bien, yo apenas sé nada de lo que hay al otro lado de la muerte. Solo sé una cosa. Mi Señor está allí, y eso me basta».

La navaja

Un día la navaja, saliendo del mango que le servía de funda, se puso al sol y vio el sol reflejado en ella. Entonces se enorgulleció, dio vueltas a su pensamiento y se dijo: "¿Volveré a la tienda de la que acabo de salir? De ninguna manera. Los dioses no pueden querer que tanta belleza degenere en usos tan bajos. Sería una locura dedicarme a afeitar las enjabonadas barbas de los labriegos. ¡Qué bajo servicio! ¿Estoy destinada para un servicio así? Sin duda alguna que no. Me ocultaré en un sitio retirado y allí pasaré mi vida tranquila".

Después de vivir este estilo de vida durante algunos meses, salió fuera de su funda al aire libre, se dio cuenta de que había adquirido el aspecto de una sierra oxidada y que su superficie no podía reflejar ya el resplandor del sol.
Arrepentida, lloró en vano su irreparable desgracia y se dijo: "¡Cuánto mejor hubiera sido gastarme en manos del barbero que tuvo que privarse de mi exquisita habilidad para cortar! ¿Dónde está ya mi rostro reluciente? El óxido lo ha consumido".

Pistas de Reflexión

•He funcionado como la navaja cuando...
•Me da miedo comprometerme en... ¿Mi vida es tranquila? ¿Qué me quita la tranquilidad?
•Siento que Dios me pide que me desgaste en...
•Qué es lo que me ha consumido el óxido hasta ahora.
•Cuánto mejor hubiera sido gastarme en... Pero todavía puedo hacerlo en.....
•¿Qué significaría para mí "volver a la tienda de la que salí"?

El Águila que no sabía volar

Aquellos dos hombres convinieron en averiguar si era posible que aquella águila volara. El naturalista la cogió en brazos suavemente: Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela.
Pero el águila estaba confusa, y al ver a las gallinas comiendo saltó y se reunió con ellas de nuevo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le dijo: Eres un águila. Abre las alas y vuela.
Pero el águila tenía miedo y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos.
El naturalista se levantó temprano el tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí alzó a la reina de las aves y le dijo: Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Abre las alas y vuela.
El águila miró alrededor, hacia el corral, y arriba hacia el cielo. Pero siguió sin volar.
Entonces el naturalista la levantó directamente hacia el sol. El águila empezó a temblar, a abrir lentamente sus alas, y finalmente, con un frito triunfante, voló alejándose en el cielo. Es posible que el águila recuerde todavía los pollos con nostalgia y que, de cuando en cuando, vuelva a visitar el corral; nunca a vivir como un pollo.

PISTAS DE TRABAJO:

1. ¿Qué significa para mí «echar a volar» en este momento de mi vida?
2. ¿Quién/quiénes pueden ayudarme, o lo están haciendo ya, a darme cuenta de que «pertenezco al cielo» y me ayudan a «abrir las alas».
3. ¿Cuáles son los miedos que me mantienen atado a la tierra?
4. Poner nombre a la «comida de los pollos» con la que me empeño en alimentarme, y también quiénes son los «pollos y gallinas» que no me invitan a volar
5. ¿A quién he ayudado a volar, y a quién tengo que ayudar y cómo?
6. Mirar al sol. Levantarse hacia el sol. «El Señor es mi luz», mi «Sol que nace de lo Alto», el que «me hace caminar por las alturas». Orar y contemplar desde estas claves.

Los Reyes Magos existen

Apenas su padre se había sentado, al llegar a casa, dispuesto a escuchar como todos los días lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta, en voz baja, como con miedo, le dijo: «¿Papá?»
-Sí, hija, cuéntame.
-«Oye, quiero... que me digas la verdad».
-Claro, hija. Siempre te la digo , respondió el padre un poco sorprendido.
-«Es que...», titubeó Cristina.
-Dime, hija, dime.
-«Papá, ¿existen los Reyes Magos?»
El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.
-«Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?»
La nueva pregunta de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña, y tragando saliva le dijo:
-¿Y tú qué crees, hija?
-«Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado, me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso».
-Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...
-«Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!»
-No, mira, nunca te hemos engañado, porque los Reyes Magos sí que existen , respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina.
-«Entonces no lo entiendo, papá».
-Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar, porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla , dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
Cristina se sentó entre sus padres, ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:
-Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente, guiados por una gran estrella, se acercaron al Portal para adorarlo. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo: "¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían".
"¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo".
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó: "Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito..."
Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió, y la voz de Dios se escuchó en el Portal: "Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?"
"¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas-. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos".
"No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno, sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo".
"¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible?", dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
"Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños y conocer muy bien sus deseos?", preguntó Dios.
"Sí, claro, eso es fundamental", asistieron los tres Reyes.
"Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?"
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
"Puesto que así lo habéis querido y para que, en nombre de los tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que, en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen.
También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y, a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del belén, recordarán que, gracias a los tres Reyes Magos todos son más felices".
Cuando el padre de Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó, y dando un beso a sus padres dijo: -«Ahora sí que lo entiendo todo, papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado».
Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano, mientras decía:
-«No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero», y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

Alejandro Magno y la muerte

La mayoría de nosotros siente un profundo temor a la muerte. La negamos. Aunque mueran cada día miles de personas, nos da pánico que de pronto llegue nuestro turno y desaparecer sin más.
Convertimos desesperadamente nuestra existencia en algo seguro. Nos "esposamos" a través del matrimonio. Firmamos un contrato indefinido con una empresa. Solicitamos al banco una hipoteca para comprar un piso. Y, más tarde, un plan de pensiones para estar tranquilos cuando llegue la jubilación. Seguimos lo que nos dice el sistema que hagamos para llevar una vida "normal".
Pero por más que nos esforcemos, no calmamos nuestra inquietud interna. ¿Qué sentido tiene buscar certezas en un mundo imprevisible? La única seguridad que tenemos es que la incertidumbre sólo desaparece con nuestra muerte. No podemos escapar de la inseguridad. El reto consiste en aceptarla y confiar más en nosotros mismos.
Así lo refleja una historia sobre Alejandro Magno. Se cuenta que encontrándose al borde de la muerte, el gran rey de Macedonia convocó a sus generales para comunicarles que quería que su ataúd fuese llevado a hombros, transportado por los propios médicos de la época. También les pidió que los tesoros que había conquistado fueran esparcidos por el camino hasta su tumba. Por último, les insistió en que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, a la vista de todos.
Asombrado, uno de sus generales quiso saber qué razones había detrás de tan insólitas peticiones. Y Alejandro Magno le respondió: "Primero, quiero que los más eminentes médicos comprendan que, ante la muerte, no tienen el poder de curar. Segundo, quiero que todo el pueblo sepa que los bienes materiales conquistados, aquí permanecerán. Y tercero, quiero que todo el mundo vea que venimos con las manos vacías y que con las manos vacías nos marchamos".

Explicación de Halloween

Fe y ciencia

El origen de Papa Noel

La cruz

El Año Litúrgico

Érase una vez un tal Baruch, que estaba orando. Había oído al comienzo del día una historia sobre Avromole, que nunca comía ni dormía siquiera un poco, viviendo febril y apasionadamente sin perder el tiempo en vivir como cualquier otra persona. Se preguntaba Baruch si tal cosa era verdad, por qué había elegido vivir de esa manera, qué le condujo a hacerlo. Esto le inquietaba tanto en su oración que decidió ir a visitarle y comprobar por sí mismo lo que le habían contado.
Partió, y encontró a Avromole enseñando a sus discípulos. Enseguida le preguntó: - ¿Es verdad que no comes ni duermes?
La respuesta fue simpe y directa: - Sí
Baruch preguntó de nuevo: - ¿por qué?
Avromole le miró y le dijo: - Te contaré una historia.
Hace mucho tiempo, cuando apenas tenía 9 años, mi padre se levantó muy temprano y me mandó a por los caballos, porque salíamos de viaje. Sabía que se trataba de algo importante. Mi padre quería que fuese con él. Embridé los caballos y saqué el carro tan rápido como pude. Mi padre se subió y se sentó a mi lado, agarró las riendas y arrancamos por el camino principal. Íbamos en silencio a toda velocidad. Las millas y los minutos pasaban volando. Tomó después un pequeño camino secundario lleno de surcos y cubierto de árboles. Al llegar a un claro nos detuvimos bruscamente. Saltó al suelo, me pasó las riendas y me miró: -Quédate aquí y espérame.
Esperé y esperé, pero no volvía. No tenía ni idea de dónde estábamos ni adónde había ido él. Comenzó a preocuparme que no regresara y me hubiera dejado allí solos. De pronto apareció caminando entre los árboles con otro hombre. Era un hombre que ardía, resplandecía, era radiante desde lo más profundo de sí mismo, y este fuego le salía por los ojos. Era hermoso. Yo no conseguía escuchar lo que estaban hablando. Se fueron acercando hasta mí. El joven miró fijamente la cara de mi padre y dijo:
- ¿Estás seguro? ¿Es esto lo que tienes que decirme? ¿Estás completamente seguro?
Mi padre lo miró atentamente y dijo con rotundidad: - Sí estoy seguro. Esto es lo que tenía que decirte. Debes escucharme.
Entonces ambos lloraron, y se abrazaron largamente, como si no fuesen a verse nunca más. Finalmente se separaron, mi padre subió al carro y marchamos. Yo miré hacia atrás: el joven estaba llorando, y seguí mirando hasta que los árboles me lo ocultaron.
Corríamos hacia casa. Yo deseaba que parara para preguntarle quién era aquel hombre y de qué habían hablado. Pero no me atreví a hacerlo hasta que tuvimos nuestra casa a la vista. Le agarré del brazo y le pregunté: - Papá, ¿quién era ese hombre?
Detuvo los caballos, se volvió hacia mí, mirándome muy intensamente: - Hijo, era el Mesías, el hijo de David.
- Pero, padre, ¿qué quería de nosotros?
Había lágrimas en los ojos de mi padre: - Le dije que no viniese ahora, porque nadie lo esperaba. Nadie estaría preparado. Tuve que decirle eso, que nadie estaba de veras esperándolo.
Así pues, Baruch, como ves, con este recuerdo vivo todos los días. Si tú hubieses visto la cara del Mesías y supieses que no iba a venir porque no había nadie esperándolo, ¿comerías, dormirías o vivirías como cualquier otro? ¿Lo harías? ¿Te arriesgarías a hacerlo y dormirías o comerías de nuevo?

Fe. Esperanza. Deseo. Querer que Dios venga. ¿Esperamos nosotros de verdad a Dios?
La desoladora obra de Samuel Beckett «Esperando a Godot» plantea este problema en términos contemporáneos. Godot es un diminutivo cariñoso de Dios. Didi y Gogo son dos figuras realmente tristes, que esperan debajo del mismo árbol, todas las tardes, que Godot venga y dé algún significado a sus vidas vacías. Ellos esperan, pero su existencia no tiene significado, ni esperanza real, ni expectativas. No hacen nada mientras tanto. Matan el tiempo, antes de que el tiempo se acabe y los mate a ellos. Didi observa en cierto momento que «la costumbre es un gran insensibilizador». Esto no es esperar o estar preparado; en algún sentido es una existencia sin fe, sin esperanza, sin vida de verdad, sin gracia, vacía. Éste es el penoso extremo opuesto a la atención y viveza del Adviento.
LOS DOS REMOS


A orillas de un gran río entre montañas, un viejo barquero esperaba con su barca a la gente para trasladarla a la otra orilla. Era persona de pocas palabras, pero en su rostro se reflejaba algo de la majestad de las montañas y de la trasparencia de las aguas del gran río.
Un día llegó un joven perdido por aquel valle, acostumbrado tan sólo al asfalto y al ruido de la ciudad. Y pidió al barquero que lo llevara con su barca a la otra orilla. Él aceptó sin decir una palabra y se puso a remar. Mientras avanzaban, a la mitad del trayecto, el joven curioso se dio cuenta de que en uno de los remos se podía leer DIOS (el roce diario de los remos había ido borrando otras letras).
Molesto el joven por la palabra DIOS, que le parecía pasada de moda, empezó a decir: Hoy el ser humano con su razón ha descubierto los secretos del mundo y de la vida... Le sobra Dios.
El anciano calló. Tomó el remo en el que estaba escrita la palabra DIOS, lo dejó en la barca y continuó remando sólo con el otro, en el que estaba escrita la palabra YO. Naturalmente la barca no siguió adelante, sino que comenzó a dar vueltas sobre sí misma, sin más futuro que aquel pequeño círculo en el que se movía, y a ser arrastrada por la corriente.
El joven quedó pensativo... El viejo barquero interrumpió su silencio: Necesitamos de Dios y de los demás, que es la palabra casi borrada, desgastada por la rutina diaria. Y sé que él y ellos cuentan conmigo, como lo has hecho tú, joven amigo. Y mirando al horizonte, añadió: Algo más he descubierto, que Dios y los demás están inseparablemente unidos.
Y tomando de nuevo el remo donde se leía DIOS, siguió remando y acompañando al joven a la otra orilla.

1. Con cuál de los dos personajes te identificas y por qué?


2. ¿Tú necesitas a Dios? ¿Por qué? ¿Qué significa para ti, en tu vida diaria, remar con los dos remos?

3. Cuáles son tus remos: traduce el símbolo

4. ¿Qué le dices a alguien que no "necesita a Dios?

Los 7 Dones del Espíritu Santo


Dios no para de hacernos regalos. Hoy os hablamos de unos regalos muy especiales, los dones del Espíritu Santo.
¿Para qué sirven? Son unas cualidades extraordinarias, que muchos pueden esforzarse para conseguir, pero para que los desarrollemos en plenitud necesitan de la acción directa del Espíritu Santo en nuestro corazón. Estos son:

1.SABIDURÍA: Nos permite descubrir la voluntad de Dios, lo que Él desea para que seamos felices.
2.ENTENDIMIENTO: Nos ayuda a comprender las verdades reveladas de nuestra fe.
3.CIENCIA: Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo, a ser exactos en el día a día.
4.CONSEJO: Nos ayuda a saber qué es lo mejor para cada momento. Y nos capacita para ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el buen camino.
5.FORTALEZA: Cuando los que no tienen fe pierden sus esperanzas, los cristianos tenemos la fortaleza de Dios superar los mayores peligros o dificultades. Nos ayuda a no caer en las tentaciones, y a seguir adelante con optimismo.
6.PIEDAD: El don de las personas santas, de las que viven en íntima unión con Dios. Estas personas están en constante diálogo con Dios, el mundo lo ven todo con la mirada amorosa de Dios, y lo hacen presente con su vida y testimonio.
7.TEMOR DE DIOS: Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él. A temer ofenderle, no por miedo, sino por amor.

Manos



¿Cómo son tus manos? ¿Cómo las utilizas? ¿Sirven para dar? ¿Esperan recibir?

Bendita tu luz, Juan Luis Guerra y Maná

Adelante, ten esperanza



Dedicado a todos aquellos que pierden la esperanza...

Somos personas desde que nos concibieron



Aunque la ministra Bibiana Aido se empeñe en lo contrario, somos personas desde el momento en que nuestro padre y nuestra madre nos concibieron. Aqui está la explicación científica que negaba Bibiana Aido, la abortoministra.

¿Te atreves?

¿Y por qué no?

Adviento No soy tonto Catequesis Bachiller Y Secundaria

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Adviento No Soy Tonto

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No Soy Tonto Carteles Adviento

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