Aquellos dos hombres convinieron en averiguar si era posible que aquella águila volara. El naturalista la cogió en brazos suavemente: Tú perteneces al cielo, no a la tierra. Abre las alas y vuela.
Pero el águila estaba confusa, y al ver a las gallinas comiendo saltó y se reunió con ellas de nuevo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó al águila al tejado de la casa y le dijo: Eres un águila. Abre las alas y vuela.
Pero el águila tenía miedo y saltó una vez más en busca de la comida de los pollos.
El naturalista se levantó temprano el tercer día, sacó al águila del corral y la llevó a una montaña. Una vez allí alzó a la reina de las aves y le dijo: Eres un águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Abre las alas y vuela.
El águila miró alrededor, hacia el corral, y arriba hacia el cielo. Pero siguió sin volar.
Entonces el naturalista la levantó directamente hacia el sol. El águila empezó a temblar, a abrir lentamente sus alas, y finalmente, con un frito triunfante, voló alejándose en el cielo. Es posible que el águila recuerde todavía los pollos con nostalgia y que, de cuando en cuando, vuelva a visitar el corral; nunca a vivir como un pollo.
PISTAS DE TRABAJO:
1. ¿Qué significa para mí «echar a volar» en este momento de mi vida?
2. ¿Quién/quiénes pueden ayudarme, o lo están haciendo ya, a darme cuenta de que «pertenezco al cielo» y me ayudan a «abrir las alas».
3. ¿Cuáles son los miedos que me mantienen atado a la tierra?
4. Poner nombre a la «comida de los pollos» con la que me empeño en alimentarme, y también quiénes son los «pollos y gallinas» que no me invitan a volar
5. ¿A quién he ayudado a volar, y a quién tengo que ayudar y cómo?
6. Mirar al sol. Levantarse hacia el sol. «El Señor es mi luz», mi «Sol que nace de lo Alto», el que «me hace caminar por las alturas». Orar y contemplar desde estas claves.